VISION MAGAZINE
Sí, el apio fue en su día más caro que el caviar. No es de extrañar que figurara en el menú de primera clase del Titanic.
Algunos incluso afirmaban que era afrodisíaco, y todos sabemos cuánto les encantaba a las clases altas una excusa para comer algo beneficioso. A medida que el apio se introducía en los salones y mesas de los comedores de los ricos, rápidamente se convirtió en la estrella del espectáculo, literal- mente. En las cenas, el apio no solo se servía, sino que se exhibía. Los tallos se colocaban en posición vertical, con hojas y todo, en altos recipientes de vidrio con forma de tulipán, conocidos como jarrones de apio. Estos elegantes centros de mesa convertían la verdura en una especie de ramo comestible. Para la década de 1830, ninguna mesa victoriana estaba completa sin uno. Durante algunas décadas, el apio se destacó en estos jarrones hasta que los gustos cambiaron y los platos de apio —bandejas largas y estrechas— se convirtieron en el nuevo estándar. El vegetal tuvo que recostarse, pero su estatus se mantuvo alto y erguido. Y si bien los victorianos admiraban el apio visualmente, también disfru- taban genuinamente comiéndolo. Los libros de cocina desde la década de 1830 hasta principios de 1900 están llenos de recetas que presentan el apio como un plato en sí mismo: servido solo, aderezado, cocinado en salsa ligera, horneado en guisos o incluso usado como limpiador del paladar después del pescado. ¿Les suena familiar? Esto podría explicar cómo el apio terminó junto a las alitas de pollo. La fama del apio no se detuvo en el Canal de la Mancha. En la década de 1870, los inmigrantes holandeses en Kalamazoo, Michigan, comenzaron a cultivarlo comercialmente. El cultivo
prosperó, y pronto Kalamazoo se ganó el apodo de “Ciudad del Apio”. Los estadounidenses se enamoraron de esta verdura de tallo verde, y para la década de 1890, el apio se enviaba a todo el país. En la ciudad de Nueva York, los mejores chefs elaboraban platos a base de apio, como patito ali- mentado con apio, puré de apio, apio frito e incluso té de apio. En los menús de los restaurantes de la época, el apio se vendía a 35 centavos, un precio más alto que el caviar (25 centavos) o los rábanos (10 centavos). Sí, el apio alguna vez fue más caro que el caviar. No es de extrañar que llegara al menú de primera clase del Titanic. Pero como ocurre con la mayoría de los cultivos de lujo, las cosas empeza- ron a cambiar. Para la década de 1930, la producción de apio experimentó un auge en Florida y California, lo que permitió que esta hortaliza estuviera ampliamente disponible durante todo el año. Su misterio exótico se desva- neció y la mayoría de los agricultores recurrieron a una única variedad fiable: el Giant Pascal, el mismo que se encuentra hoy en los supermercados. El apio, antaño símbolo de opulencia, se había convertido en una hortaliza más en la bandeja de las fiestas. Sin embargo, el apio no ha pasado a un segundo plano por completo. En 2019, resurgió inesperadamente gracias a la fiebre del jugo de apio, promocionado una vez más como panacea o cura milagrosa. Quizás a este hilachento tallo aún le queden algunas batallas por delante. Después de todo, si algo nos ha demostrado la historia, es que el apio tiene un don para la reinvención.
| Julio/Agosto 2025 | 49
Powered by FlippingBook